¡¡Hola otra vez!!
Explicada ayer la causa de los males, habrá que ir a los males en sí. Me quedé explicando cómo la desgraciada Senegalesa y el no menos desgraciado de Deportes me hacían el domingo imposible. Ese domingo llegué muy cansado a casa, y nada más cenar me fui a la cama, cansado sí, pero contento también porque tenía por delante cinco largos días libres. Normalmente, según mi nuevo horario, trabajo sábados, domingos y lunes, pero ese lunes se me quitaba porque lo había trabajado de noche el lunes anterior. En resumen: tenía para mí cinco días para ir a la piscina, a Chino, al gimnasio, al cine, montar videos pendientes… para hacer lo que me diera la gana. Así que me acosté con eso en la cabeza, y con los Goya, ya que me acababan de comunicar que el próximo domingo iría yo como productor de los Informativos.
La próxima vez que desperté, en vez del chino, la piscina, el cine, o los Goya, lo que tenía en la cabeza eran unas nauseas de espanto y un dolor de tripa peor. Me retorcía en la cama, cambiaba de postura… pero nada, no se iba. Miré la hora y eran casi las 9. Intenté respirar hondo, pero en vez de irse las nauseas se hacían aún más fuertes y me entraron ganas de vomitar, así que me levanté rápidamente y justo justo llegué. El proceso se repitió a las 10 y a las 11, y viendo que el dolor no se iba, y yo nunca había vomitado antes cuando me dolía la tripa, decidí ir a urgencias. Antes desperté a mi compi de piso para avisarle, y tras prepararse para acompañarme me hizo la original pregunta mientras me veía sujetarme la tripa: “¿qué te pasa?”. Que se me ha torcido un tobillo no te jode… “Me duele la tripa… mucho… creo que es apendicitis” le digo. “A ver, vamos a probar si es…”. Viendo que se acerca la pruebita de tocar la tripa le digo: “No, me toco y al soltar no me duele, me duele siempre”. “Nono, la prueba es otra, túmbate y levanta un pierna en el aire, si puedes es que no es apendicitis”. Yo dejo de retorcerme y le miro como diciendo: te estás quedando conmigo… “Venga, túmbate…” Me tumbo y levanto la pata, con lo que si antes parecía un pobre moribundo, ahora parecía un pobre moribundo que ya había estirado la pata. Al verme me dice: “¿Ves? No es apendicitis.” Yo, con el mismo dolor que antes y ahora más mareado le dije: “Me largo….”
Fuimos a un hospital que no conocía, pero que me recomendaba mi seguro. Entramos en urgencias y toqué el timbre que separaba la sala de espera de las urgencias propiamente dichas. Se abrió una puerta y me atendió una encantadora mujer. “Datos” dijo. Como pude le di mi nombre, apellidos, dirección, y la tarjetita del seguro. “Espera a que le llamen” me dijo. “¿Van a tardar mucho?” le pregunté sujetándome la tripa como si fuera a caerse. “Espere en la sala de espera” respondió. Qué bien… cuánta amabilidad un lunes por la mañana… Me siento y noto como los demás me miran con cara de pena. Normal, teniendo en cuenta que cerraba los ojos del dolor, estaba bastante pálido, y tal cual me había levantado estaba allí, con unos pelos hacia Galicia y otros hacia Gibraltar.
Cuando me dicen que pase entro a un despacho donde una señora de blanco me recibe, e ironías de la vida, se presenta con mucho tacto como: “Buenos días, soy la doctora Blanco”. Me siento, me mira, y me dice la muy tocahuevos: “Qué tal estás?”. Le miro con cara de oido. A ver, ¿los médicos de urgencias tienen necesariamente que saludar así a todo el que viene con una urgencia? “Mal, me duele mucho el estómago”. Tras un intenso interrogatorio donde casi le tengo que contar hasta las veces que me he atragantado con un chicle, me dice. “Vamos a hacer analítica completa, y radio del torax y abdomen, a ver si descartamos cosas, aunque con tus síntomas probablemente sea apendicitis o una intoxicación”. Yo entonces le dije: “Apendicitis no es”. “¿Por qué? ¿La has pasado?” me pregunta. “No, pero en casa he levantado la pierna” le respondo. Ella me mira y teclea algo en el ordenador, me dio la impresión que para apuntar en “síntomas” delirio, locura, y necesidad de psiquiatría. “Ese método no es fiable, pero si aun con las pruebas no descubro qué te pasa…” Dejó la frase incompleta, y yo pensé: habrá que llamar al doctor House. Y entonces sigue: “tendré que hacerte un tacto rectal”. En ese momento el dolor de la tripa desapareció por un segundo, y todos los músculos de la zona que rodea al recto se encogieron. Joder con la Dra Blanco, ¡cuando pensaba que tenía tacto no me imanaba eso!. Le dije resignado “vale…”, y me fui a hacer los análisis con la esperanza de que descubrieran lo que me pasaba si no quería… ajjjjjjjjjjjjj.
Volví de los análisis mareadísimo e intenté vomitar, pero ya no podía.
Me tumbaron en una camilla incomodísima, en una sala llena de cortinas que separaban camillas sobre las que había gente mayor. Me tumbé en una en el centro de la sala. Me pusieron un suero y un anti-nauseas que me quitó las ganas de vomitar. En ese momento entró la Dra Blanco y me palpó la tripa sin decir nada. Entonces dijo: “Parece que es una intoxicción, no tendre que hacer la exploración rectal… (¡¡¡bien!!!) Pero tienes todo muy hinchado… necesitas expulsar gases, ¿no tienes ganas de eructar?”. Yo ganas tenía, pero no podía… me dolía horrores hacer cualquier esfuerzo. “No puedo…” le dije. “Sí, venga, inténtalo…” me decía ella con las manos sobre mi tripa. Me concentré, me preparé, pero no podía. Cerré los ojos por el dolor del esfuerzo, y de pronto salió. El ruido que salió de mí es indescriptible. Una mezcla de bomba de Hiroshima y Nagasaki, un auténtico Garcishima Garaizaki que del ruido que produjo hizo que toda la sala callara. Noté cómo mientras lo echaba la tripa bajaba en volumen con las manos de la doctora Blanco sobre ella, con lo que recordé que ella estaba sobre mí. Abrí los ojos y la Dra Blanco permanecía allí, haciendo honor a su nombre, muy blanca. Porque tenía los ojos cerrados, porque sino juraría que su pelo se movió del aire que salió de allí. En medio del silencio de la sala dijo: “Muy…muy….muy bien… ¿a que estás mejor?” “Sí…” le dije. Se fue sin mediar palabra a su despacho, supongo que a inhalar oxígeno.
El resto del día transcurrió bien, yo tumbado allí con el suero durante 7 horas mientras se me limpiaba todo. Lo único que alteró la vida en urgencias fue una señora que le tocó a mi izquierda y que, no sé si por venganza ante mi bombazo anterior o por enfermedad, no dejaba de tirarse cuescos. Y vaya cuescos… agudos, graves… y todos olorosos. Al final del día, cuando la Dra Blanco se me acercó para darme el alta, me dijo: “Ya estás bien, ¿no? Aunque te veo un poco pálido aún…” Si ella supiera que había estado inhalando los gases de mi vecina todo el día… habría entendido por qué.
¡Y eso fue todo en urgencias! EL resto de la semana, un horror en huelga de hambre… y una incertidumbre peor por saber si me recuperaría para ir a los Goya… cosa que os contaré mañana. ¡Ciaoooooo!
